EL RUMOR

lunes, 3 de noviembre de 2008

Las crisis de nunca acabar (The never-ending crisis)


Hasta 1929 las crisis económicas tenian una base bastante real, que cualquier ciudadado de a pie podía llegar a comprender sin demasiadas dificultades. Pero desde entonces las crisis nos asaltan de golpe, sobresaltándonos, y dejándonos un poso de estupefacción del que cuesta bastante desprenderse.

La actual crisis, de origen financiero, enmarañada como pocas, no sólo ha pillado desprevenidos a los ciudadanos de a pie, sino también a los expertos en economía, a los brokers de los mercados de valores de todo el mundo y a los gobernantes. Sólo algunos avispados (entre ellos el reciente Nobel de Economía) habían vaticinado el desastre en el que ahora nos vemos envueltos.

Pero esta crisis, como muchas otras anteriormente (la de los noventa o la de las puntocom, por citar las más recientes) hunde sus raíces en las mismas causas que han venido engendrando la castástrofe económica a lo largo del pasado siglo XX: la avaricia desmedida, la creencia de que las cosas (más allá de su valor real) tienen el precio desorbitado que deseemos ponerle, la euforia excesiva, la fragilidad (cuando no la ausencia) del control y una fe casi disparatada en que la fiesta no parará.

En esta economía que nos hemos otorgado (inventado) creemos que todo es posible. Saber qué precio tiene cualquier bien o valor es hoy muchísimo más complejo que en el pasado, porque ahora las percepciones juegan un papel que antaño era poco menos que inexistente. Y lo malo es que las percepciones juegan un papel decisivo en el crecimiento desmedido, pero también lo hacen, a la inversa, en la recesión histérica.

Esperemos que ante la próxima cumbre para refundar el sistema financiero que tendrá lugar en noviembre los líderes mundiales hayan aprendido algo de la experiencia. Pero no sólo ellos, porque de esta vorágine todos tenemos nuestra parte de culpa.

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