La sanidad pública en la Comunidad de Madrid se despeña, y lo hace de manera acelerada. De poco valen las manifestaciones de los empleados públicos, las constantes denuncias y los cada vez más frecuentes casos de mala atención (cuando no desatención).
El probelma real radica en lo que los madrileños nos hemos dado democráticamente: una aplastante mayoría conservadora en el parlamento regional. Y el caso es que esta derecha nunca ha ocultado sus intenciones, y por lo tanto sólo estamos recibiendo la medicina que hemos elegido. Poco derecho tenemos al pataleo.
Con un Gobierno que gasta más en publicidad que en inversión pública en sanidad no es de extrañar que la hipocresía y la desfachatez campen a sus anchas. Lo último es acusar a los sindicados de hacer su trabajo, cada vez que montan una manifestación cuando esos mismos políticos se atreven a pisar un pie en un hospital público.
Cualquier día se armará una gorda, o nos encontraremos con varios muertos por seguir aguardando en listas de espera infinitas (y bien o ocultas), o reventarán las urgencias, por decir algo, y entonces cientos de miles de ciudadanos negarán haber votado jamás a la muy liberal Doña Esperanza Aguirre, que está propiciando negocio a costa de nuestra salud.
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