EL RUMOR

lunes, 28 de junio de 2010

LOS BUENOS MODOS SE QUEDAN ATRÁS

Colaboración de Julen M. Ayuso (Vitoria):

Hace tan sólo unos días fui testigo de un criminal intento de atropello: tocada con un simple pañuelo en la cabeza, una joven inmigrante cruzaba el paso de peatones cuando un presunto asesino, conductor al volante, lanzó su auto contra ella increpándola con maldiciones xenófobas. La chica, aterrorizada, consiguió salvarse por centímetros en tanto el cobarde desaparecía a toda velocidad con su cacharro. Pensamos que ella no se repondría del susto, aunque pudo reaccionar al fin, desolada. Auténtico. Y para mí, ya tristemente histórico.


Este mismo día veíamos en un telediario la situación de un joven congoleño al que un sinvergüenza agredió en un supermercado, llamándole “hijo de puta”, “mono”, “negro de mierda”, etc. Y terminando con un “arriba España”. El negrito ha quedado tetrapléjico para el resto de su vida como consecuencia de la agresión sufrida, sin posibilidad de mover un solo músculo y aplastado en una silla de ruedas.


Por otro lado, la señorita Aído parece que lucha en vano por restituír los valores femeninos, pues la violencia machista se multiplica en este país, semejando que solamente halagamos a la mujer con la única finalidad del sobeo y derivados. Más tarde habría que saber retratarse como caballeros, y no parece ser así. Algo que, como de costumbre, la oposición política toma para su demagogia cotidiana en tanto uno de los suyos, desde una cadena televisiva derechista hasta las topes, llama “puerca”, “guarra”, “zorra repugnante” y otros epítetos vergonzosos a la Consejera de Salud de Catalunya. Risas en la tertulia.


Y, por si fuera poco, se va extendiendo que la mayoría de los partidos políticos, incluído el del Gobierno, acuerdan prohibir el uso del velo musulmán en la mujer. Se da el caso de que en una de las poblaciones catalanas que se suman a estas prohibiciones, con más de cincuenta mil habitantes, solamente tres mujeres llevan tal prenda. Si a ello sumamos la reciente presencia de la Camacho y sus peperos en movilizaciones y reparto de panfletos contra la inmigración en Badalona, el cuadro se completa. Sugerimos, especialmente a las autoridades que calientan tales medidas, que prohiban asimismo el uso del pasamontañas a los atracadores.


El caso es que no hace mucho tiempo existía la normalidad entre nosotros. No es una cuestión antropológica: no nos inclinábamos hacia la xenofobia y la discriminación racial. Somos un país singularmente decadente en materia de convivencia, con nuestras prohibiciones y tal. Al respecto, no me resisto a explicar aquella viñeta de los años sesenta en una revista francesa: la escena, una playa española, un guardia civil de aspecto bonachón con su tricornio y su mosquetón, y una señora con el bikini en la mano. El marido de ésta, viéndola desnuda, le pregunta asombrado por qué... Y ella responde: “El guardia me dice que está prohibido el bikini en España...”


Ahora, todo es muy diferente. Nos odiamos más: odio al inferior, a la mujer, al prójimo. Soberbia, machismo, chulería, violencia, injuria, blasfemia..., todo eso que nos llega sin duelo con el cine yanqui. Por este mimetismo, los buenos modos se quedaron atrás. Actualmente, somos un país desorientado: da la impresión de que nadie ha de saber conducirnos por el buen camino, tan resabiados estamos, porque sí es posible conducir un caballo al abrevadero, pero no se le puede obligar a beber. Ya se ha dicho que el progreso es lento: a veces hace falta un siglo para retroceder cincuenta años.

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